Estaba
rodeado de gente y la soledad era su tarjeta de presentación. Se acostumbró a
mirar sin ver, a escuchar sin percibir el sonido de otros labios y a pensar que
las caricias eran hojas de otoño que caen al suelo para ser olvidadas.
Avanzó
tanto y tan deprisa, que llegó a perder su sombra, aquella que se empeñaba en
demostrarle que siempre estaba a su lado, inasequible al desaliento indicándole
siempre de dónde venía y quién era.
“El sueño va sobre el
tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño”
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño”
Él
puso en juego su vida y el acierto o el fracaso eran temas menores. Nadie puede
hablar de saber o de no saber, cuando el silencio danza alrededor de unas manos
que recorren apasionadas, el cuerpo de un futuro ardiente nacido del vientre de un suspiro y de unos ojos
iluminados por la brasa del volcán de la esperanza.
Abrió
su corazón pues era todo lo que tenía, movió sus manos queriendo percibir el
calor de su piel, el aroma de su cabello, pero la vida había lanzado un jaque
mate a sus suspiros para mostrarle que no hay nada que ate más fuerte que un
beso.
Cuando las estrellas se empeñaron en no iluminar sus lágrimas de
infortunio quiso pensar que no estaba sólo. Giró la cabeza y volvió a ver a su
amada sombra:
¿Estás aquí?
Nunca me fui.
¿Por qué te quedaste?
Por si me necesitabas
En
algunas ocasiones no nos damos cuenta que nuestra sombra es también nuestra
propia luz.