sábado, 23 de enero de 2016

Depresión, nombre de mi vida



            Buscó el rincón más lejano de aquel solitario salón para llorar. De todas formas no importaría si caían unas cuantas lágrimas más, pues era lo que había estado haciendo desde hace meses.

            Pensó en lo grande que puede resultar una casa cuando te han dejado solo, cuando la que ayer te decía amarte, ahora escapaba del hogar entre las brumas de la noche para no verse obligada a susurrar adiós.

 
            Un día sus problemas se apoderaron de la vida, de su presente y de su futuro que se cernía umbrío cerrándose a cada paso.
            ¡No me dejes! imploró entre sollozos.
            Ella dándole la espalda siguió haciendo la maleta mientras le decía: ¡si estás así es porque quieres!, todo el mundo tiene una depresión y sale de ella, te gusta estar enfermo….
            Aquel hombre que nunca sintió miedo por nada ahora estaba despavorido. Desde la muerte de su hermano no había conocido la paz. Un sentimiento de dolor y de desesperanza se clavó en su corazón y no podía parar de llorar. En el trabajo le apartaron a otro puesto “menos molesto” pero él sentía que querían apartarle pues las personas con depresión son un incordio.
             Nadie quiere estar al lado de una persona que no sabe cómo salir del pozo insondable de la desesperanza, que no es capaz de sentir el amanecer sino como  un día más de martirio, como unas horas más de sufrimiento en la que encontrará a alguien que le diga “tienes que animarte” o “tienes que venirte arriba”……
            Un día su mejor amigo, aquel en el que siempre encontró un abrazo le dijo: ¡vamos a quedar a tomar un café y charlamos que te veo triste!, él se sintió reconfortado, al menos una persona quería compartir su pesada carga, pero también fue la última. Después de aquel café todo fueron excusas y esquivarle por lo pasillos para evitar un encuentro. Pronto se dio cuenta que las personas que sufren son solitarias, comprendió que los demás los dejan por otros más fáciles o sencillos de tratar. Es sin duda difícil y duro prestar tu hombro a un amigo que sufre, pero, ¿no se trataba de eso la amistad?.
             Su novia no resultó distinta. De los primeros días de “para lo bueno y lo malo” cuando falleció en un accidente su hermano, pasaron a “así no puedo soportarte”, iniciando un enorme y costoso viaje personal hasta pedir ayuda….pero ya era tarde. Él se vino abajo y no supo remontar.  
             Hoy era sábado, quizás ya no era el día más triste del año pero él lo sentía así. Ella no quiso o no pudo esperar al lunes en el que iría a ver a un psicólogo que le pudiera ayudar.
             Se sentó en el sillón en aquel desangelado salón y se tapó con una vieja manta. El tiempo empezará a pasar con la última lágrima mientras fuera la noche se apodera de los instantes.
              Que solidarios somos a veces con las personas que sufren en lejanos países y que distantes con los que sufren a pocos suspiros de nosotros. Muchas veces no hay que hacer nada más que escuchar, agarrar su mano y dejarles sentir que no están solos.
           


domingo, 17 de enero de 2016

Yo soy ellos



              Todos están muertos pero cada instante más y más vivos. El espejo en el alma de Gabriel Celaya , clamaba que los espejos no reflejan, transparentan. Y es la mirada cargada de futuro de personas que amo, la que hoy preside mi mirada, inspirándome en un futuro que se construye a cada paso como una Metrópolis en colores sepias que se niega a abandonar mi corazón. 


            Hacía mucho que una fotografía, regalo de mi primo Josan, no me inspiraba tanto. Una imagen de una playa desconocida de la España de guerra en la que unos niños llenaban su mirada de ilusión. De forma humilde y atrevida, su hijo, su sobrino, su nieto, muchos años después, se animó a lanzar a la noche sentimientos, añoranza por personas que fueron presente y futuro y orgullo pues llegaron a ser almas de luz.
            Ese niño pequeño, mi padre, con sus piernecitas ya afectadas por la polio, sonreía ufano entre personas que le amaban mientras era capaz de alumbrar en su interior la semilla de la humildad, el cariño y el amor hacia los que tuvimos la fortuna de compartir y seguir compartiendo su vida.
           
Uno dice lo que dice, mas no dice lo que piensa.
Los espejos no reflejan: transparentan.
Todo mira fascinante de frente, pero no existe.
Todo vuelve por detrás y es lo real, invisible.
En lo que veo, no veo; en lo que no veo, creo;
en toda imagen apunta una múltiple presencia,
palpitante intermitencia del corazón: confusión;
y así me siento indeciso como un pobre hombre perdido,
como tú que ¿quién eres?, como yo que ¿quién soy?

Los espejos que me escupen hacia fuera, y hacia dentro
me proponen transparencias de distancias y silencios,
deben ser, quiero que sean, para mis obras ejemplo,
con mucha luz hacia fuera, con más secreto hacia dentro.
Juego al juego, sí, con trampa, como hay doblez en los versos.

Así se cuentan las cosas que nos pasan cada día,
y bien contadas parecen fascinantes y sin alma.
Si se piensa, nada es lo que se ve en el espejo.
La luz grande es un abismo y un estúpido misterio.

Gabriel Celaya (De "Los espejos transparentes", 1967)

            Todos tenemos en nuestro corazón una fotografía, algo que en ocasiones nos negamos a ver por miedo al dolor pero que nunca hemos dejado de ver en nuestros pensamientos. Ser capaces aún de cerrar los ojos al recordar un aroma, sonreír al brillo de una estrella, danzar al paso del viento, respirar bajo la lluvia, nos hace sin duda eternos. Agarrar las emociones, pintarlas del color de mi respiración, darles un nuevo nombre, acariciarlas mientras reverberan en el pentagrama de los suspiros, es decidir vivir de forma consciente en agradecimiento a la vida, a las veces que pude caer, a las veces que me levanté y a la gran cantidad de veces que aprendí de mis errores.
            Ellos me sonríen cada mañana,  mi Yoyo, el papá Félix, mi tatarabuela, mis tíos Carlos, Elisa, Félix, Conchita, Carito y mi padre, Ismael, me indican la dirección desde el rellano de la escalera, mientras me animan a subir y soñar con las nubes. Podrán ya no estar entre nosotros, pero su legado los convirtió en seres de luz, almas inmortales que responden a mis preguntas cuando las dudas invaden mi cabeza. Yo soy lo que soy gracias a ellos y con todo el orgullo siento a cada instante que ellos soy yo. Seguiré pergeñando emociones en el níveo color de un solitario papel, pues me hace sentir más cerca aún de unos corazones que no me dejan de hablar ni un segundo desde el cielo. 
              Esa fotografía captó mucho más que una imagen, atrapó un sentimiento. No existe para mí un tesoro más preciado del pasado que cada día es más el presente. 
         

lunes, 4 de enero de 2016

Queridos Reyes Magos de Oriente



            Queridos Reyes Magos de Oriente:
             Hay personas que piensan que no existís, que no sois reales, que vuestra existencia se debe a una tradición y como todo, se acaba. Yo no pienso eso.
             Un día viendo la película Alicia en el País de las Maravillas, comprendí que estaba en lo cierto y hacía bien en creer en cosas “imposibles”:
—No sirve de nada intentarlo—, dijo Alicia. — No se puede creer en cosas imposibles.
- Me atrevería a decir que no tienes mucha práctica—, respondió la Reina. Cuando tenía tu edad lo hacía durante media hora al día. A veces creía hasta en seis cosas imposibles antes del desayuno.

 
            Cada noche de Reyes sentía vuestra presencia, incluso os pude llegar a ver sin ninguna duda, latiendo mi corazón tan rápido que parecía que no podía frenar. Tapé mi cabeza con la manta, cerré los ojos fuerte y pronto caí dormido. Ahora comprendo que aquellos polvos mágicos para que los niños nos durmiéramos funcionaron también aquel día.
            Al despertar, les comenté a mis padres que había visto a un Rey Mago y ellos con una sonrisa de cariño, me indicaron que seguramente alguno de ellos había entrado en mi habitación para darme un suave beso, mientras dejaban los regalos repartidos por la casa. ¡No existía momento mejor en la vida! , un instante en el que todo pasaba muy rápido y donde no llegaba a comprender cómo siempre podían acertar incluso con cosas que no había puesto en la carta. El cubo en el que junto con mis hermanos habíamos puesto agua para los camellos, aquellas galletas y turrón para sus Majestades había sido devorado en señal de un largo viaje desde Oriente y de una ingente labor llevando regalos.
              Y sí amigos, creo sin dudarlo en los Reyes Magos. Ahora recojo en mi corazón su ilusión, sus peticiones, sus cartas y dibujos que llenan de ilusión mi alma algunas veces cansada. Veo en los ojos de mis hijas Vera y Gabriela la luz, las estrellas, los nervios y la risa de la magia que inunda sus corazones y, ahora yo soy, con todo mi honor y orgullo, uno más de los que ayudan a los Reyes Magos de Oriente. Ellas saben que son ancianos, que los papás debemos en ocasiones colaborar con ellos, y eso nos hace felices.
              Hace muchos años, mis padres, ayudaron a los Reyes Magos y ahora proseguimos nosotros su labor. Recuerdo,  imborrable en mi memoria, un regalo que sin duda fue el mejor que nunca pude recibir. Mi mejor regalo nunca lo tuve o por lo menos a su tiempo. Un regalo fruto de la escasez o como decían mis padres, “por estar tiesos”, que guardo como uno de mis mayores tesoros. Aún acaricio esa tarjeta de mi padre, escrita a mano con cariño con el texto “vale por 500 pesetas para Ismaelito del Rey Mago”.  Me sigue provocando emoción pensar en unos padres que daban todo lo que tenían y lo que no tenían por llenar los calcetines y zapatitos de unos niños que soñaban con sus Reyes ajenos a los problemas y preocupaciones.
                Queridos Reyes Magos de Oriente, este año como siempre, me dormiré pronto deseando despertar, presto a sentir mi corazón latir con la felicidad de la ilusión y con la sonrisa del que asiste a la magia siempre por primera vez. No tengo prisa en revelar “verdades”, creo que es la herencia más maravillosa que recibimos y procuraré saborearla cuanto pueda y algo más.
              Hoy y siempre, Reyes Magos de Oriente, cuando habléis con mi Padre decirle que lo intento hacer como ellos me enseñaron. Que pongo el alma y la emoción para ilusionar, que nunca una carta escrita por unas niñas fue para mí un documento tan importante y tan preciado. Que intento, junto con mi esposa, enseñarlas que la mayor bondad es la solidaridad y el motor de nuestras vidas la emoción. Queridos Reyes Magos de Oriente, decirle a mi padre que aquellas 500 pesetas fueron y serán siempre el mejor regalo que nadie me hizo jamás.
                 Yo creo sin dudarlo en los Reyes Magos.