Permítanme hoy amigos que abra de par
en par mi corazón. Que rebusque en el baúl de las emociones para traer a mi
piel, a mi alma, a todo mi ser, un recuerdo imborrable.
No necesito cerrar los ojos para
sentirle, no necesito pensar en él para añorarle pues está siempre delante de mí,
sentado a mi lado, caminando a mi lado o disfrutando de mirar a la estrellas
intentando adivinar en cuál de ellas viven nuestros seres queridos.
No soy yo, es mi alma, es la sensación
que despertó en mi corazón tu mensaje, Isabel
María, sin ser consciente de lanzar lava ardiente a un mar embravecido que,
retuerce el recuerdo como las olas que baten contra un barco a la deriva,
cuando se marchó su capitán para no regresar.
Ayer, al finalizar una conferencia
para mí muy especial para unas personas mágicas en su lucha contra la
Epilepsia, alguien me dijo: “cada día te pareces más a tu padre”…. Me sentí
honrado, agradecido a la vida y al destino por semejante legado, pero aquel
emocionado mensaje de Isabel María, me hizo recordar que antes que padre, había
sido hijo. Me hizo pensar en que si un día sentí respeto por mi padre, cada día
que pasaba sentía en su ausencia, un mayor orgullo.
Tuve la emocionante labor de sujetar
su mano mientras charlábamos en largas noches de hospital. Podría recordar cada
uno de los pliegues de su mano, el calor de sus caricias y el color a cariño de
sus ojos. No hay nada que pueda remediar la punzada en el corazón cuando darías
parte de tu vida por un abrazo más, por un poder decirle una vez más “te quiero”
o, gracias por dejarme ser como tú.
Al alba, cuando las personas buscan
un café para decirle buenos días al mundo, yo ya camino con la vista y el
recuerdo puesto en el lugar de donde vengo, en el rincón del mundo donde aprendí
que pasamos por la vida para emocionarnos, para sentir temblor en la piel por
un olor a jazmín o, para decirle al que repartió los papeles en el cielo que,
volvería a repetir sin dudar el curso de ser hijo, si el maestro que me pudiera
tocar fuera mi padre.
Algunas veces mis amigos, comprendo
sin pesar que no soy capaz de encajar un puzzle donde me falta el que fue mi
manual de instrucciones y, sin duda, la persona que me hace mirar cada noche
las estrellas esperando un guiño o una brisa, siempre fieles a la cita.
Gracias Isabel María por hacerme
recordar que en un minuto, debo mirar al cielo.